Ojos que ya parecen haberlo visto todo y sin embargo
nunca dejan de contemplar.
Escudriñan y se asombran porque sólo el
necio cree suficiente un paisaje de espejos y nada hay que le cause mayor
fascinación que su reflejo.
Miradas que hacen
avergonzarse de la propia ignorancia y observan calladas.
–así reflexionan y aprenden
los sabios, escuchando en silencio-,
surgiendo de córneas con
hambre de conocimiento, rojas de sed,
con el destello de mil
hemorragias oscurecido por las sombras de algún sueño.
Retinas como enciclopedias que sin
hojas ni palabras llevan escritas en ellas cada segundo y cada milímetro de la
historia,
donde los capítulos guardan rincones del
universo,
llenas de prólogos y sin epílogos
porque únicamente los imbéciles carecen de páginas en blanco que llenar.
Pupilas como túneles del tiempo
detenidos en un instante eterno.
Espinas que crecen hacia
dentro en párpados empapados por lágrimas invisibles y sin llanto,
-y es que de ese modo
solloza un alma traspasada, cuando lo hace porque le duele la vida pero no
llora hacia la vida por no esperar de ella consuelo-.
El tono indescriptible.
No es el color de una raza,
ni el político, tampoco el del dinero, la envidia, la ambición o el egoísmo,
es el pigmento que deposita
el sudor tras la lucha, la sangre de cada herida, las caricias recibidas y
aquellas que no se dieron,
el que perfila la rabia
tranquila,
el que otorga hacer el amor
con el sufrimiento y tener orgasmos con la armonía.
Es cada color entre el
blanco y el negro.
La profundidad que asoma a
la luz y se pierde su otro extremo enterrado en las entraňas, el brillo
metálico de días de acero y adamantino de noches de luna,
resinoso de melancolía y
largo de libertad,
el esmalte híbrido de unos
ojos clavados en una piel que no es piel sino tierra cuarteada.
Cuando cada arruga dibuja
una cicatriz de la memoria,
allí donde el sol es quien
se quema y el frío el que tiembla,
donde al tocar hierve la
lluvia, el viento se retira y al posarse no se asusta una mariposa.
Se diría que bajo ella hay
piedra y que esconde tumbas de flores secas,
porque es dura, porque es
tierna,
porque impone y duele,
porque siendo de un hombre
no parece humana,
porque es la corteza de las
rocas,
el revestimiento de los
árboles,
la epidermis de los
animales
y la superficie de los océanos.
Porque Venus le regaló el
metal,
Marte el fuego,
Júpiter la madera,
Mercurio el agua,
Saturno la tierra,
y el caos se ordenó en un
rostro donde el espíritu se hizo materia.
@JOrtegaFr
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