Inmensa trampa de vida. Caótica
forma de respirar. El peor de los estados de la mente. La posibilidad de
llevarse incluso el cuerpo. La culpa absoluta por la simple existencia. La pena
amarga de la incomodidad.
La vida en medio de la muerte. La
amarga pena. La ironía que se tienta a deshacerse de las miradas ajenas.
Inalcanzable. Misterioso. De
soplo ensimismado. Abierto solo a los propios ojos. Rasgos de lo atractivo y lo
casi compulsivo. Más allá de lo sexual. Siempre más allá. Y no tan lejos.
Sin nadie alrededor. Sin
compañía. La inerte familia entre personas que no tienen sombra. O que salen a
comprar una. Que enjuician y enaltecen. Pero desde su propia vida atestada de moralina[1].
Otra cosa es cotizarse como
trofeo. Como si el deseo no fuese serlo.
Como objeto de lucimiento
personal. Como si aquello no inflara la identidad.
Como mascota taquillera. Como si
sentir la mirada del resto no encumbrara.
Hasta incluso lleve a formar una
identidad.
Potente metáfora sobre la soledad
que abarca todas las soledades: la de la persona diferente. La soledad de los
fantasmas. De quienes no crecen ni envejecen.
Los extraterrestres. Los
príncipes y princesas.
Pasan a desarmar las cosas.
No son de aquí…
[1]
Compuesto químico de la moral. Según F. Nietzsche. ‘El Anticristo’.