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domingo, 22 de mayo de 2011

Black Stones

Hoy en día mi nombre es conocido por muchos. Mi popularidad ha ido creciendo hasta llegar a se considerada como una Idol, mis canciones mueven masas. A mis conciertos cada vez asiste más y más gente, jóvenes adolescentes ingenuos, influenciables, fácilmente moldeables. Verlos al pie del escenario me trae amargos recuerdos de tiempos pasados, en los que yo era igual de ingenua e influenciable. Sí, hubo un tiempo en que fui como ellos, pero eso ya pasó, aquella “yo” desapareció entre las llamas que devoraron mi inocencia….aquella fatídica noche….
Aquél día que había empezado como otro cualquiera iba a terminar de la peor de la formas. No, aquél no era un día cualquiera, sino el día de mi decimosexto cumpleaños. Dios, lo había olvidado… Era domingo, creo, volvía a casa de asistir al concierto de uno de mis Ídolo, como de costumbre, más tarde de mi hora, así que decidí que sería mejor entrar a hurtadillas por la puerta trasera, que daba a la cocina, para evitar a mis padre, quienes, seguramente, me estaría esperando en el salón para echarme la bronca. Entonces algo llamó mi atención, un resplandor anaranjado entre los edificios y un intenso olor a quemado. Me encontraba a un par de manzanas de mi casa, así que aceleré el paso. Mi calle estaba anegada de humo, pero pude ver claramente que era mi casa la que ardía. Me quedé paralizada, lo único en lo que era capaz de pensar en ese momento era en que mis padres debían de estar en casa. Quería correr, quería gritar, pedir ayuda, pero me fue imposible, mi cuerpo no respondía. No se cuanto tiempo permanecí así, mirando la casa arder, con los ojos desorbitados y llorosos a causa del terror y el humo, pero de repente algo cambió en mí, como si un mecanismo se activase en mi interior, mi cuerpo se puso en marcha solo. Moviéndome como por acto reflejo me acerqué a la entrada trasera a paso firme, recuerdo haber mirado la cerradura destrozada un segundo antes de continuar. Encendí los aspersores mientras dirigía mis pasos hacia el lado derecho de la casa, donde un gigantesco ventanal conducía al salón principal. El cristal sobrecalentado chirrió al romperse en diminutas astillas ante el frío contacto del agua. Entré impasible ante las llamas y entonces los vi… mis padres. El cadáver de mi padre yacía sobre la alfombra persa empapada de sangre. El cuerpo de mi madre, tendido desnudo sobre el sofá, con abundantes cortes aún sangrantes por todo el cuerpo. Estaba abierta de piernas y las moraduras y restos de semen que habían dejado sobre ella denotaban claramente que la habían violado, probablemente más de una vez… Era una estampa grotesca, que no pude evitar contemplar.
Los recuerdos de esa noche los conservo como vividos a través de una niebla espesa, y muchos están tan borrosos que en ocasiones dudo de si son reales o no; pero esa imagen se me quedó grabada a fuego y aún hoy me produce pesadillas. A partir de aquí los hechos están aún más confusos, supongo, a causa del humo que se había colado ya en mis pulmones y comenzaba a afectarme. Creo recordar que me sentí mareada y que la vista comenzaba a nublárseme, aún así y gracias seguramente a la adrenalina que aún fluía por mis venas, fui capaz de percibir que no estaba sola, al fondo del salón había un hombre vestido de negro. Vagamente recuerdo como se acerco a mí y mantuvimos un leve forcejeo. No estoy del todo segura, pero tengo la vaga sensación de caer sobre la alfombra bajo él peso de aquel hombre. La sensación de ahogarme, de la falta de aire me invadió cuando sus manos rodearon mi cuello. No fui consciente de poco más, no tarde en quedar inconsciente, pero justo antes de perder el conocimiento la imagen de un dragón rojo vino a mi mente. No fue hasta bastante más tarde que comprendería su significado.
Los siguientes seis meses son un borrón en mi memoria. Hay imágenes sueltas, inconexas: Un bombero sacándome en sus brazos de la casa. Una enfermera curando mis quemaduras. Una agente de protección de menores. Un comedor atestado de jóvenes que me miran, que me ignoran… La mayor parte de lo que sé con certeza de ese periodo lo descubrí tiempo después. Al parecer lo bomberos, alertados por la llamada de varios vecinos acudieron al lugar 5 minutos más tarde de que yo entrara en la casa. Nos encontraron a los tres en la sala. Los cuerpos de mis padres, que ya presentaban quemaduras serias tuvieron que ser identificados por su dentadura. Yo también tenía algunas quemaduras, que según relataron los periódicos me gané por un acto heroico en el que valientemente entre en la casa para salvar a mis padres, que se vio frustrado cuando el humo de dejó fuera de combate. Tras permanecer un mes ingresada en la unidad de cuidados intensivos de un hospital, la pobre huerfanita, aún en shock y con una aparente amnesia, fue internada en un orfanato…Y ahí acaba la historia sensacionalista que tanto fascina a los medios, legando al olvido a la pobre huerfanita.
Por otra parte, el shock provocado por los acontecimientos de esa fatídica noche me dejaron en una especie de estado vegetativo, donde a pesar de que mi cuerpo se movía, mi mente se encontraba aislada en un rincón de mi inconsciencia, refugiado, a salvo del dolor del mundo exterior. Creo que parte de mi aún se encuentra en ese refugio, y sinceramente, espero que siga ahí, por que el mundo exterior es demasiado cruel para que alguien tan inocente e ingenuo sobreviva en él. Pero finalmente desperté de aquel sueño, para despertar en la pesadilla que representa esta puta realidad, cruel donde las haya. Y como no mi despertar fue provocado por otro hecho nefasto que hizo aflorar una parte de mí oculta, que me ayudaría a sobrevivir y a forjar lo que soy hoy.
Fue una noche, fue de sopetón y sin previo aviso. Parpadeé varias veces, desconcertada. Estaba desnuda sobre la cama y unas manos gruesas, ásperas y grasientas manoseaban mis pechos con brusquedad. Contuve una oleada de nauseas al percibir el olor a sudor y sebo que desprendía el hombre que se movía con ansia sobre mí. Aquello me resultó extrañamente familiar. Al parecer no era la primera vez que aquel guardia me violaba, pero sí sería la última. Deje que la rabia y la ira acumulados durante tantos meses se apoderaran de mí y me dieran la fuerza necesaria para golpear a aquella mole de sebosa, empujándolo contra el espejo que había anclado a la pared, haciéndolo añicos. Me levanté con movimientos ágiles, casi felinos, disfrutando de aquel momento. Agarre uno de los cristales y lo clavé repetidas veces en el pecho de ese cerdo violador y pederasta.
Cuando acabé ambos estábamos cubiertos de sangre. Jadeando a causa del esfuerzo me levanté y me miré en el fragmentote espejo que aún quedaba pegado a la pared y para mi sorpresa, contemplar mi cuerpo, desnudo y chorreante de sangre, me dejó indiferente o, si cave, satisfecha con lo que acababa de hacer. Cogí algo de ropa de un cajón y, aún desnuda, dirigí mis pasos hacia los lavabos comunitarios donde me lavé la sangre y me vestí, mientras disfrutaba del dulce sabor de la venganza.
Venganza… Si, venganza era la palabra que bramaba en mi interior. Debía buscar venganza por lo que le habían hecho a mis padres. Aún no comprendía por qué alguien querría matar, y de una manera tan brutal a una simple familia como la mía, mi madre era catedrática en la universidad de Tokio, mi padre un simple farmacéutico. Con este pensamiento retumbando en mi cabeza, salí del baño esperando encontrar una salida y escapar. Me sorprendió descubrir que conocía con exactitud cada pasillo que recorría, esquivando las cámaras de seguridad con una agilidad pasmosa, como si siempre hubiera sabido que estaban allí. Supongo que mi cerebro registró aquellos detalles en mi subconsciente de manera automática. Salí del edificio por una ventana que daba a una escalera de incendios. Por supuesto ésta estaba vallada, pero mi cerebro sabía que el segundo y tercer barrotes estaban sueltos y dejando espacio suficiente para que un cuerpo pequeño como el mío se colase. La imagen de dos chicas saliendo a hurtadillas por él me vino a la mente, un nuevo recuerdo de mi subconsciente. Sentí como una sonrisa de suficiencia se dibujaba en mis labios. Aquello era flipante!!

A partir de ahí no hay mucho que contar, no tenía dinero y tampoco a donde ir, así que durante un tiempo me dedique a vagabundear y robar, refugiándome donde podía. No fue hasta un par de años más tarde (o tal vez tres), que se me ocurrió que podría ganarme algo de pasta cantando. Tiene gracia que hasta entonces nunca había pensado que mi voz sirviera para algo más que cantar en la ducha o en un karaoke. La idea me vino una tarde de febrero, hacía demasiado frío para estar en plena calle, así que me refugié en los pasillos subterráneos del metro. Fue mientras me mezclaba entre los viandantes intentando mangar un par de carteras cuando oí una música conocida. Era uno de mis temas favoritos de los Trapnest, uno de mis grupos predilectos y sentí cierta nostalgia de tiempos mejores. Me acerque al guitarrista, que tocaba una destartalada guitarra con una maestría que me conmovió. A su alrededor se había reunido un considerable grupo de personas para escuchar, conseguí abrirme paso hasta situarme justo delante. Lo mié tocar durante un buen rato, ensimismada, ni siquiera me di cuenta de que estaba cantando hasta que terminó la canción y lo vi mirándome fijamente. Hasta había dejado de tocar y sólo me miraba, con los ojos desorbitados por la sorpresa y una curiosa sonrisa en los labios que se debatía entre divertida y sarcástica. Me ruborice como no lo hacía en años y empecé a retroceder pero la muchedumbre que me rodeaba no me dejaba avanzar. De repente una voz firme y autoritaria retumbó en el pasadizo:
- Qué está ocurriendo aquí, dispérsense señores, abran pasó – espetó el guardia y la gente se apartó a su paso como el mar ante Moises. Dos hombres corpulento y con cara de malas pulgas avanzaron entre la gente directamente hacia nosotros.
- Mierda!- hoy a mis espaldas. Aquello me sacó de mi estupor y mi cerebro volvió a funcionar como de costumbre. Eché a correr serpenteando entre la gente, es por todos sabido que es ilegal mendigar en el metro y lo que les ocurre a los que son atrapados, y esa no iba a ser yo. La gente que hasta entonce había permanecido observando entró en pánico y se lanzó a correr en todas direcciones llevándose cuanto pillaran por delante. Incluso mi agilidad superior, desarrollada por años de huir y callejear, me resulto escasa para zafarme de aquella marabunta. De repente una mano me agarro del brazo y tiró de mi, era el tío de antes, - por aquí! - me dijo, y ambos salimos corriendo, si que me soltara la mano, por callejones secundarios menos transitados. Saltamos a las vías y nos colamos por un pasadizo que daba a una estación abandonada. Sólo entonces dejamos de correr, ya estábamos salvo, habíamos conseguido escapar. Ambos suspiramos de alivio, nos miramos y nos echamos a reír. La verdad es que por peligroso que resulte aquellos años fueron los más divertidos. Saboreando el riesgo, sentir la adrenalina correr por mis venas… Una increíble sensación sólo comparable con lo que se siente al subir al escenario ante miles de personas.
No fue hasta que nos hubimos calmado un poco que no me di cuenta de que él aún sostenía mi mano:
- Ejem… m la devuelves? – pregunte señalando nuestras manos.
- Te molesta? – contestó él sonriendo descaradamente. Me solté con un movimiento brusco y me dí la vuelta, más para ocultar mi sonrojo que por que realmente me hubiera molestado, pero me había costado mucho forjarme mi reputación de chica dura y fría como para que un tío como él la echara por tierra por una gilipollez como esa. Pero lo cierto es que me complacía. Desde mi huida del orfanato no había tratado con mucha gente y los pocos que me conocían o me temía o me odiaban (o ambas cosas). Y no es que me molestara, pero ese tío me había tocado una fibra sensible o algo así. Me dije a mi misma que había sido su manera de tocar la guitarra la que me había conmovido, pero en el fondo sabía que había sido aquel primer contacto, el simple y absurdo acto de cogerme de la mano. Claro que esto no lo iba a reconoce nunca, y menos en voz alta. Así que trataría de continuar con mi fachada de tía imperturbable y le soltaría el comentario más mordaz y sarcástico que se me ocurriera, me preparé para que mi voz sonase lo más fría posible, pero antes de darme tiempo a contestar él se me acercó por detrás, me rodeó con un brazo y me susurro:
- Canta para mí…
- QUE! - mi voz sonó más aguda de lo que me hubiera gustado. – Mierda- pensé – a la mierda mi reputación de dura. Cabreada, me zafé de su brazo de un empujón y me alejé de él a grandes zancadas. – Será engreído! Maldito imbecil! Qué coño se ha creído ese….- iba pensando yo mientras me aljaba pos el túnel.
- Eh! Espera o te perderás – esto me cabreó aún más
- No eres el único que sabe moverse por estos túneles sabes! – le grite sin girarme siquiera
- Vamos, venga! Qué te ha molestado tanto? – preguntó él, y al ver que lo ignoraba corrió hacia mí y me agarro del brazo obligándome a girarme. Fue un tirón bastante brusco, si no hubiera sido por mi equilibrio y fuerza anormalmente superiores probablemente me habría derribado. Y él se percató de ello haciendo que fugaz gesto de sorpresa se reflejara en sus ojos, aunque no tardo en recupera la compostura. La satisfacción que me produjo aquél fugaz gesto ayudo a suavizar mi mal carácter. – Estás llena de sorpresas – susurro – Lo digo en serio, tienes una voz increíble, por favor canta para mí, aquí, ahora, por favor – su voz sonaba tan suplicante que no tuve otra que acceder, aun con reservas.
Él sacó su guitarra y comenzó a tocar y yo canté. Canté como nunca antes. Fue entonces cunado descubrí cuanto me gustaba y desde entonces no he parado. Después de aquella primera vez, en aquella estación de metro abandonado, ha habido muchas más. Aprendí a confiar en él y hoy en día no confío en nadie más, ni cantaría para nadie más. Ambos, juntos, formamos este grupo y lo hemos llevado hasta la cima del mundo.
Pero si crees que nuestra historia acaba aquí te equivocas, pocos saben lo que hay detrás de los Black Stones, tal vez algún día te lo cuente….

 
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