Yo te había escrito un poema.
Y sólo esperaba que me dieras un sí.
Un sí pequeño, como una mariposa.
Un sí que variara
como una flor crece entre la nieve que cubre el suelo como un no inmenso.
Ahora no sé qué hacer con el poema.
No sé si comérmelo
o rasgarlo
o quemarlo
o dárselo a alguien más
o morirme de un infarto.
Todo suena tan tentador como escuchar un sí que caiga de tus labios.
Como una gotita cae de cualquier hoyito de cualquier montaña.
¿Es difícil ser una montaña?
No lo sé, yo con suerte (o no) soy una piedra, y a mí la vida me patea
con sus pies de odio y de cojera
así me parezco un poco al viento, sólo que el dolor se anida más en mí como bacteria;
el viento por lo menos llora cuando quiere y lo besan las nubes, y te puede tocar cuando disponga,
y ser caprichoso como el hijo de un rey.
Y ahora no sé qué hacer con el poema.
Quizá lo guarde, como un cajón herido.
Quizá lo olvide
Quizá le llore una lágrima que lo perfore
Quizá se lo dé a una vieja o a un niño
y que hagan con él cualquier cosa
como es costumbre en este bosque de tus ausencias;
todos los árboles hacen cualquier cosa
y yo como piedra
esperando una patada.