Vagando por este orondo ocaso dorado
desincrusto mi mohosa consciencia
del fétido lodazal de la realidad,
corono cimas que aún no se han elevado
sobre la superficie del océano helado,
fracciono a mi antojo los segundos estériles,
colecciono fragmentos de pura historia imposible,
del camino dejado atrás tras la espalda marchita,
Edén desangrado,
royendo los cálculos de una vida predestinada,
con los pies desnudos sobre el frío suelo encerado,
vislumbrando el cálido aren que me espera
tras la vaporosa cortina rasgada,
péndulos de soledades prometidas,
danzas de rituales hipnóticos,
conjuros de cazadores cerebrales,
sus torsos tatuados con estúpidos alfabetos infantiles,
riéndose de mi singularidad anónima y silente,
de mi cráneo reventado en la Plaza del Mercado,
de los ratones mordisqueando mis pies
mientras la guillotina asciende vibrante
con mi sangre aun caliente chorreando
por su afilada hoja que desafía al mismísimo Sol con su deslumbrante fulgor.
Un breve instante de silencio, por favor:
Estáis ahora contemplando
al último de los decapitados.