Por Alvaeno
A veces, por no decir, casi siempre, me embarga una
tristeza profunda, o para que quede más poético: una profunda tristeza al
comprobar cuán ruin y zafia es, en muchas ocasiones, la raza humana.
Generalizar no es, quizás, lo correcto, porque ya
sabemos que siempre hubo, hay y habrá una excepción que confirme las reglas,
pero viendo lo visto y escuchando lo escuchado, no tengo muchas esperanzas de
que haya algunas mujeres o algunos hombres, que los hay, con toda seguridad,
que no se comporten como seres despreciables regodeándose con la tragedia
ajena, sí, esa que parece que a ellos nunca les va a alcanzar.
El morbo vende, y eso lo saben los medios de
comunicación, a los que yo defino como medios de incomunicación y
desiformación, y qué mejor que la tragedia de unos inocentes que se han visto
destrozados por la “presunta acción de una psicópata”, tenemos que dejar que
sea la ley la que debe descubrir las pruebas para condenar al “presunto o
presunta” asesina/o. Todos saben a qué me refiero, porque es el último caso de
actualidad la desaparición, primero, y la muerte de ese niño llamado Gabriel, y
al que todos le han dado por llamar “pescaito”, que es, según parece, el apodo
con el que se le llamaba en su familia. Hasta ahí puedo estar de acuerdo, cada
uno llama a sus hijos como bien le venga en ganas, pero que todos se lancen en
las redes sociales a enviar mensajes con un dibujo de un pez, y den las
condolencias por la muerte de “pescaito” o ¿es “pescadito”? Qué más da pescaito
que pescadito, el caso que ese apodo para los más cercanos, o sea, su familia,
será lo que les recuerde a su inocente hijo, nieto, sobrino, primo..., pero al
resto que de lejos y a través de las redes sociales se han hecho eco de esta
tragedia, el solo nombre de “pescadito”, desnaturaliza la verdadera tragedia:
la muerte por asesinato de un niño de ocho años.
Cuando uno lee en esos miles de mensajes
“pescadito”, la imagen que viene a la mente no es la un niño, sino la de un
pez, por tanto se minimiza el crimen, sin que nos demos cuenta de la verdadera
y horrible realidad, ¿podríamos llamar a esto pos-verdad? Ese concepto tan
traído y llevado en estos últimos tiempos que nos muestra que vivimos en un
mundo en el que la mentira se alza victoriosa, y no solo la mentira, sino el
mal, sí, esta, no me canso de decirlo, es una sociedad enferma que se destruye
a sí misma, podríamos recurrir aquí a la “Teoría del todo” del célebre astrofísico Stephen Hawking , para
comprender como esta sociedad se devora a sí misma como si de un agujero negro
se tratara, pero yo no soy experto en astrofísica, por tanto, permítanme la
metáfora, por chusca que esta pueda parecer.
La morbosa actitud del ser humano ante hechos
totalmente deleznables es terrible porque como aves de rapiña, o hienas, se
lanzan sobre el animal muerto, sobre las víctimas para hacer de ello su tema de
conversación en comidas y cafés y para pedir la cabeza del “presunto” asesino,
cuando no lincharlo en la plaza del pueblo, o para pedir pena de muerte u otras
lindezas por el estilo, sin contar con los que enarbolan la bandera de la
xenofobia diciendo que el color del asesino es la razón de esa violencia, como
si el color de la piel de un ser humano determinara su conducta para
convertirlo en un criminal.
Sí, puede que muchas veces me embargue la tristeza,
sí, una profunda tristeza, pero hoy, no puede decir otra cosa que siente dolor,
dolor y compasión no solo por ese niño llamado Gabriel “el pescadito”, sino por
los miles de niños, mujeres y hombres que cada día son víctimas de la violencia
ejercida desde arriba, desde los poderes con la connivencia de todos, sí porque
todos, incluido yo, somos cómplices de esta barbarie, por eso hoy estoy de
luto, y de duelo, y os recuerdo aquel poema que escribiera John Donne:
Nadie es una isla,
completo en sí mismo;
cada hombre es un pedazo de
continente,
una parte de la tierra firme.
Si el mar se lleva una porción
de tierra,
toda Europa queda disminuida,
como si fuera un promontorio,
o la casa de uno de tus
amigos,
o la tuya propia.
La muerte de cualquier hombre
me disminuye,
porque estoy ligado a la
humanidad.
Por consiguiente, nunca
preguntes
por quién doblan las campanas:
doblan por ti.
SALV-A-E los que van a morir no te saludan