Entregué mi Quijote al viento
sin esperar recompensa alguna;
y a las brisas matutinas
les di a comer palabras
y puntos suspensivos…
El roció nocturno madrugó en mis versos
despertándolos
y una cabalgata de ilusiones
irrumpió romántica en la atmosfera
y logró dispersarse a los cuatro nortes…
El enjambre pasional
era tal
que los nimbos y los cirros
y los cúmulos y los mismísimos estratos
palidecieron ante el aullido del silencio.
Y fue así
que entre encierros, inquisiciones y torturas parentales
descubrí mi vocación
enterrada bajo terrones de terrenales tentaciones.
Ni el cielo se abrió
ni bajaron los ángeles
cuando el poema parió mi nombre.
Tan sólo una vaga ternura
osó abrazar mis suspiros
clandestinamente…