I
El árbol que ha sido secuestrado por un camellón
implora al cielo tratando de alcanzarlo
para escapar del claustro de la gente;
huir huir huir
de la cotidianidad prostituida.
Pero sólo le araña una nube que se aleja dejando su señal de sangre ácida
sobre mi cabeza de explosión y alcohol
que llora entre sudor y lluvia enferma.
II
¿Dónde quedó la culpa para culparme!
¡La culpa se ha vuelto culpable por huir al ocaso!
Vivimos en la culpa de la culpa que no es nada.
En la cotidianidad de lo no cotidiano.
En el infierno de que no hay infierno.
En los neofunerales de los románticos.
III
¡Las hojas lloran y se inclina la rama!
¡Hojas suicidas han cobijado el suelo!
¡Que se ponga de moda la poesía!
Para morir al fin,
por un sentido que sienta.