Era su última oportunidad de ser feliz, la esperanza se aprovechaba de ella convirtiéndola en la niña que ya no era, que se despierta de madrugada asustada esperando que la abracen, para sentirse segura y volver a dormir, pero esta vez se arriesgaría a buscar ella misma la felicidad, así que decidió cruzar la puerta giratoria para a tan sólo a unos pasos encontrase con su nuevo amor.
Frente a la puerta se atusó el pelo, mojó sus labios y tocó en ella, al abrirse allí estaba él, en una habitación pequeña, apenas unos saludos y comenzó el ritual, los miedos se quedaron fuera y la esperanza de volver a sentirse amada comió de ella, frente a él había abierto su corazón y ahora desnudada su cuerpo dándolo como ofrenda de su amor, pero no encontró mas que sacudidas secantes, besos en el aire, caricias inexistentes, lo único que corría era el sudor que pasaba de frente a frente y los suspiros de los amantes fueron sustituidos por aullidos fingidos para terminar antes.
Ella se entregaba dejando todo su ser en el intento, y él miraba a la cabecera de la cama tratando de correr la maratón, entre sacudida y sacudida, sin mirar a la almohada. Un último esfuerzo de ella rompe con la carrera llegando a la meta.
Cinco minutos después irritantes palabras rompían la esperanza convirtiendo sentimientos en ejercicios de gimnasia, y ni el corazón lloraba, ni las piernas temblaban, insípida sensación que dejó el recuerdo en el paladar, destruyendo la esperanza, convirtiendo la amante en prostituta de sus propias ilusiones.
Caminó hasta la puerta giratoria que llevaba al mundo real, dejando atrás una historia sin historia, un principio con final, y al pisar de nuevo la calle borraría de su recuerdo tan amargo momento.