Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú. Donde haya un error que
enmendar, enmiéndalo tú. Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, hazlo tú.
Sé tú el que aparta la piedra del camino
Comemos mirándonos, aprovechando cada oportunidad surgida o
provocada para rozar nuestras manos, sonriendo a la vida, dando las gracias por
esta nueva oportunidad de poner en práctica lo aprendido, acabamos la comida
con nuestras manos enlazadas, riendo como dos adolescentes emocionados por el
deseo que se va apoderando de nuestros
cuerpos, deseando salir del local para dar rienda suelta a la pasión que nos invade.
La cuenta pedida en dos ocasiones no llega, nos levantamos
acercándonos a la barra, su mano estudia mi espalda, mi cuerpo se revoluciona
ante esa intimidad que surge entre nosotros. Sujeta mi cintura colocándome
frente a sus ojos, me sonríe con su mirada, con su expresión, acaricia mi mejilla
mientras sus labios miman los míos, me siento en una nube, mis pies no tocan el
suelo, mis brazos rodean su cuerpo, asegurándome
de que no es un sueño, de que he vuelto a la vida, a esa vorágine de
sensaciones vitales para mí. Salimos a la calle, su mano vuelve a rondar por mi espalda.
- Mamá, mamá, en el colegio me llaman despistado.
- ¡Anda niño vete para tu casa!
- ¡Anda niño vete para tu casa!
Dice Miguel, una risa tonta afloja los nervios creados por
el deseo.
-¿damos una vuelta?
Contesto afirmativamente con un gesto.
-En una tienda un tipo va a pagar con la tarjeta de crédito;
el dependiente, al mirar la tarjeta, le dice:
- ¡Anda, que casualidad, conozco a alguien con el mismo nombre que usted!
- ¿Ah, sí? ¿Y cómo se llama?
- ¡Anda, que casualidad, conozco a alguien con el mismo nombre que usted!
- ¿Ah, sí? ¿Y cómo se llama?
La risa aflora espontánea, mientras nuestras manos exploran
el terreno, nuestros ojos se buscan. Bajamos a la playa, nos descalzamos,
paseando por la orilla, dejando que el agua acaricie nuestros pies.
En una ciudad pequeña, un agente de tráfico detuvo a un
joven conductor que iba a gran velocidad por la calle principal. El joven
empezó a protestar:
- Señor agente, déjeme que le explique.
- ¡Silencio! Lo retendré hasta que regrese mi jefe.
El muchacho insistía:
- Pero señor oficial, escúcheme, tengo prisa.
El agente replicó:
- ¡Cállese! ¡Ahora mismo, a la cárcel!
varias horas después, el guardia fue a ver al detenido y le dijo:
- Ha tenido usted suerte, el jefe asiste a la boda de su hija, cuando regrese estará de buen humor y seguro que le perdona.
- No esté tan seguro, replicó el joven, ¡Yo soy el novio!
- Señor agente, déjeme que le explique.
- ¡Silencio! Lo retendré hasta que regrese mi jefe.
El muchacho insistía:
- Pero señor oficial, escúcheme, tengo prisa.
El agente replicó:
- ¡Cállese! ¡Ahora mismo, a la cárcel!
varias horas después, el guardia fue a ver al detenido y le dijo:
- Ha tenido usted suerte, el jefe asiste a la boda de su hija, cuando regrese estará de buen humor y seguro que le perdona.
- No esté tan seguro, replicó el joven, ¡Yo soy el novio!
En ese momento me doy cuenta que desde que nos hemos
levantado de la mesa, no he abierto la boca, de que él está tan nervioso como
yo, rio con ganas, la risa afloja la tensión,
Llegamos a una zona de rocas, salimos de la orilla y nos
sentamos uno frente al otro, me ofrece un pitillo, fumamos con ansia, me doy
cuenta que desde antes de comer no he fumado ni lo he echado de menos, que con
mirar sus ojos, tengo suficiente. Pero sigo sin saber que decir.
Dos borrachos en un bar. a punto de cerrar:
- Oye, ¿por qué no vamos a mi casa para seguir la parranda?
- No, mejor a la mía, que está cerquita.
- A ver, veamos cuál está más cerca.
Llegan a la esquina, se detienen y dicen:
- Ya llegamos, ésta es mi casa.
- No puede ser, también es la mía.
- Llamaremos. Así sabremos de quién es. Tocan la puerta, sale la dueña y dice:
- ¡Qué bonito, padre e hijo borracho!
- Oye, ¿por qué no vamos a mi casa para seguir la parranda?
- No, mejor a la mía, que está cerquita.
- A ver, veamos cuál está más cerca.
Llegan a la esquina, se detienen y dicen:
- Ya llegamos, ésta es mi casa.
- No puede ser, también es la mía.
- Llamaremos. Así sabremos de quién es. Tocan la puerta, sale la dueña y dice:
- ¡Qué bonito, padre e hijo borracho!
Nos reímos mirándonos a los ojos.
-¿todo bien, Marian?
-mejor imposible.
Se levanta y se coloca a mi espalda, me rodea con sus
brazos, cierro los ojos apoyando mi cabeza en su hombro, sus manos traspasan la
frontera de mi blusa, el roce de sus manos en mi piel hace que me estremezca.
Mi corazón acelera su ritmo acompañando a mi agitada respiración.
Una vez Caperucita Roja fue a visitar a su abuelita sin
saber que a su abuelita se la había comido el lobo, entra a la casa y dice:
Abuelita, que ojos tan grandes tú tienes.
Y la abuelita dice:
Es para verte mejor.
Nuevamente, Caperucita mira a su abuelita y dice:
Abuelita, que orejas tan grandes tú tienes.
Y la abuelita dice:
Es para escucharte mejor
Caperucita vuelve a insistir:
Abuelita, que nariz tan grande tú tienes.
Y la abuelita le dice:
Es para olerte mejor
Abuelita que boca tan grande tú tienes.
Y la abuelita contesta ya cansada de sus preguntas:
¿A qué viniste, a visitarme o a criticarme?
Abuelita, que ojos tan grandes tú tienes.
Y la abuelita dice:
Es para verte mejor.
Nuevamente, Caperucita mira a su abuelita y dice:
Abuelita, que orejas tan grandes tú tienes.
Y la abuelita dice:
Es para escucharte mejor
Caperucita vuelve a insistir:
Abuelita, que nariz tan grande tú tienes.
Y la abuelita le dice:
Es para olerte mejor
Abuelita que boca tan grande tú tienes.
Y la abuelita contesta ya cansada de sus preguntas:
¿A qué viniste, a visitarme o a criticarme?
Mis gemidos se confunden con las risas……………………………………..
Hasta mañana, estoy ocupada. Agur